viernes, 18 de febrero de 2011

Amargura

¡Cómo ha pasado el tiempo! Parece que fue ayer cuando te tenía entre mis brazos en las puertas de la Imprenta Rodríguez. Fue precisamente esa sencillez y tu carita de niña la que me cautivaron, cuando te colocabas junto a tu hermana, a la que llamábamos…La Señora.

De repente un día llegaste hecha una mocita, pero con la misma sencillez de entonces. Soñaba con pasearte asido de tu cintura pero tú, tan lozana, ya estabas en otras cosas. Te buscaste casa propia y allí, yo con mis cosas y Tú en las de todos, intenté cortejarte como un Romeo

Enamorado noche a noche. ¡Tenía que agradecerte tantas cosas…! Y así fue cómo yo, por aquel entonces un niño de quinto de EGB, hacía el camino hacia tu casa en la bicicleta dorada de mis sueños, aquella que conseguí gracias a tu mirada, para cortejarte tras la reja.

Los años pasan y nuestros encuentros se fueron distanciando en el tiempo. Aunque siempre, en cualquier movimiento por la ciudad busque la excusa para pasar frente a tu casa… y mirarte. Hoy Tú sigues manteniendo la belleza, lozanura y sencillez de entonces y yo… yo he ido creciendo al tiempo en que tú te convertías en faro y guía de miles de corazones,
encontrando otro amor, el de mi vida, al que nunca oculté lo nuestro e intentando inculcar a mis hijos el cariño que te tengo.

Pero sigue existiendo una cita inexcusable a la que acudimos Tú y yo cada año. Cada Martes Santo, en la puerta de Santa María, a eso de las doce menos cuarto, te veo llegar bajo tu palio.

Ese es nuestro momento, el más íntimo, en el que cruzándonos las miradas, el mundo se detiene y nos decimos todo, mientras suena la misma marcha, como si no pasaran los años.

Han pasado los años, y ahora se cumplen 30 desde que llegaras hecha una mocita y parece que fue ayer, Amargura, cuando te quedaste en tus cosas y yo… continué con las mías.

Mario Hernández.